EL ALMACENERO, UNA CITA CON EL TIEMPO DEL FIADO Y LA YAPA, QUE TUVO HASTA HIMNO, Y UNA TIRA CÓMICA

Escribe Hernán Sotullo

Cada 16 de septiembre se celebra el Día del Almacenero, fecha que trae el recuerdo de viejas postales en los pueblos, aunque algunos aún subsisten en los barrios, pese al arrollador avance de autoservicios y supermercados.

Las compras en estos modernos centros exigen sin piedad, el pago de la mercadería al contado, mediante el uso de la tarjeta plástica, o de otras variantes a través del celular, contrastando con aquellos antiguos almacenes donde imperaba el “fiado”, que el dueño del local con su inseparable lápiz, instalado como un apéndice más de su oreja, anotaba en una “libreta” para que le rindieran cuentas recién a fin de mes. Por supuesto que no existían las calculadoras, así que la suma resultaba de su prodigioso manejo matemático.

Otra de las características del almacenero era la concesión de la “yapa”, término que viene del quechua, y significa agregado, añadidura, una suerte de regalo y de atención para el cliente. Precisamente el periodista y escritor trenquelauquense Paco Aznárez, a su segundo libro “El Viejo Trenque Lauquen”, le anexó como subtítulo “La Yapa”, indicando con ello la incorporación de nuevas historias a su valiosa obra.

Todo se vendía por kilo, calculado en una balanza de dos platos, en uno de los cuales se colocaba el producto, y en el otro, las cargas de metal para obtener el peso exacto. Después aparecieron unas más modernas, que prescindía de las pesas por un visor con una aguja que verificaba la cantidad adquirida. Luego, se envolvía en páginas de diario, sin más trámite. Gran negocio para los chicos que se hacían de algunas monedas aportando ese material al almacenero.

Algunos fueron simples vendedores de productos alimenticios y otros más amplios, conocidos como de “ramos generales”, que ampliaron hacia rubros como bazar y talabartería. “Bella Vista” (foto de su interior gentileza de Roberto Mileo), en Villegas y 9 de Julio; “La Estrella Española”, de Villegas y Uriburu, “Casa Tamagnone”, en Villegas y 25 de Mayo, el de Carretero, en Sarmiento y Dorrego, sumados a los aún vigentes “Casa Zoppiconi”, ya centenaria, en Beruti, o “El Porteño”, en el paraje La Porteña, se cuentan entre algunos de los más recordados.

Trenque Lauquen, también constituyó un centro de almaceneros, con masivas asistencias a las cenas para festejar su día. En Buenos Aires, hasta tuvieron un himno y una marcha, ambas cantadas por Carlos Mayel, que fue en sus menores años dependiente de un almacén, y más adulto, voz en la orquesta de Osvaldo Fresedo.

Tiempos en que solíamos solazarnos con una tira publicada en la última página de la revista “Patoruzito”, creada por el dibujante Roberto Battaglia a través de su personaje Don Pascual, un inocente almacenero de barrio, secundado por Mangucho, su empleado, y su novia Meneca, todos enredados en hilarantes situaciones.

El almacenero, una página que nos sumerge en la nostalgia que de un manotazo se va borroneando con el tiempo.