El pasado lunes 17, en coincidencia con el 112 aniversario del natalicio del ex intendente Juan Jaime Ciglia se realizó un homenaje en la plaza que lleva su nombre en Paredes Oeste al 1300, donde además de las palabras de la promotora del acto, la vecina Agustina Martino, y del intendente Miguel Fernández, se descubrió una placa recordatoria.
Corresponde y es siempre justa la honra permanente a este hombre. Son personajes que no pueden esquivar el olvido. La formidable figura de Ciglia, hoy excede a una expresión política para ser patrimonio de un pueblo, por la conducta y valores que transfirió como ejemplo a su comunidad.
Su enorme talla física superior al metro noventa, resultaba finalmente pequeña ante su inmensa estatura moral y ética, para dejar un legado de honradez en su vida y en la gestión pública, de la que salió con los bolsillos más flacos con los que había ingresado, y concluyó sus días terrenales contando las monedas que le proporcionaba su exigua jubilación.
Ciglia fue un personaje central dentro de la historia del peronismo trenquelauquense, al punto de ser ungido intendente en tres ocasiones por el voto popular. La primera durante el período 1948/52, y la última iniciada en 1973 fue interrumpida por el golpe militar de 1976, pero en la de 1962, ni siquiera lo dejaron asumir, ya que aquellas elecciones del 18 de marzo fueron anuladas, violentando groseramente el veredicto de las urnas.
Elecciones del ‘62
Con el peronismo proscripto, este debió refugiarse bajo el paraguas que le proporcionaba la denominada Unión Popular para competir en los comicios de ese año. Así, integró su fórmula para la gobernación bonaerense con el sindicalista textil Andrés Framini, y el abogado de Berisso, Marcos Anglada, como vice.
En esta ciudad, Juan Jaime Ciglia fue postulado como candidato a intendente, mientras la lista de concejales la conformaron el gremialista ferroviario Humberto Faloci, siguiéndolo el sastre treintense Benito Losada, el profesor Félix Badino, Manuel Marcos, Ítalo Scuri, Ernesto Laubenheimer y Silvio Polenta. A su vez, Roberto Aguilera encabezó la lista de consejeros escolares, junto a Eduardo “Lalo” Florio y Juan Buscaglia.
Con el voto del 84% del padrón de 15.151 ciudadanos habilitados, Ciglia (UP) se alzó con 4638 sufragios aventajando al veterinario Horacio Arrastúa, candidato de la Unión Cívica Radical del Pueblo (UCRP), una de las fracciones en la que se había dividido el histórico partido, que cosechó 3424 votos; a Juan Ramón Nazar, entonces secretario de Gobierno comunal, enrolado en la Unión Cívica Radical Intransigente (UCRI), que respondía al presidente Arturo Frondizi, que sumó 3244 boletas, y al médico Raúl Orellana, de la Unión Conservadora (UC), elegido por 1205 personas.
La Unión Popular salió victoriosa en las 60 mesas (31 masculinas y 29 femeninas) de la planta urbana, como también en todas las localidades del distrito, a excepción de Martín Fierro, tradicional bastión del radicalismo. Además, habían resultado electos los escribanos Jorge Alberto Simini (UP), como diputado nacional, y Armando Pastor (UCRP) como senador provincial.
Durante la campaña política previa, Framini, pasó sólo unas horas para cenar con un grupo de dirigentes, quienes lo agasajaron en el entonces restorán Prieto, ubicado en la calle Sarmiento, casi San Martín. Anglada, por su parte, cerró como orador un acto frente al Banco Nación.

En los mitines barriales se alternaron distintas voces, pero especialmente se recuerdan las vibrantes alocuciones de Elena de Colalillo, una docente que emocionaba con sus mensajes, centrados, sobre todo, en la figura y el recuerdo de Eva Perón.
La noche anterior a las elecciones, Guillermo Acuña Anzorena, un abogado mercedino, ampliamente vinculado a Trenque Lauquen por su trabajo profesional, cuando el distrito dependía de la jurisdicción del Departamento Judicial de Mercedes, que se había desempeñado como ministro de Trabajo de Frondizi, y que en ese momento era candidato a gobernador de la UCRI se comunicaba telefónicamente con uno de sus íntimos amigos en nuestra ciudad, al que le transmitió su escéptico pronóstico.
Comicios anulados
Con crudeza categórica le confesó: “no tenemos la menor chance de ganarle a Framini”. Su premonición se cumpliría ciertamente. Cuando fueron contados los votos depositados en las urnas de todo el país, el peronismo había ganado ampliamente, tanto en Trenque Lauquen, como en varias provincias, incluida la de Buenos Aires.
Pero la euforia del triunfo se extinguiría poco después de los comicios, cuando fuerzas del Ejército, procedentes del Regimiento con asiento en Mercedes, irrumpieron en el local peronista, que se hallaba donde actualmente funciona el hotel “El Fortín”, en la calle Presidente Yrigoyen, entre Villegas y San Martín, y a empujones desalojaron a los partidarios que aún celebraban con cánticos la victoria.
Al día siguiente llegaría la intervención a la provincia. Oscar Alende resignaba por la fuerza su cargo, siendo reemplazado por el economista Jorge Bermúdez Emparanza, mientras aquí, el intendente Tito Vignau se veía obligado a abandonar la comuna, que quedaba en manos del designado Comisionado Carlos Mc Lachland, un correntino que había llegado tiempo atrás a la ciudad para gerenciar una empresa metalúrgica, y presidía por entonces la Cámara de Comercio e Industria local. En tanto, el presidente Frondizi terminaría derrocado, y su lugar ocupado por el titular del Senado, José María Guido.
Imposible asumir
Pero habría un último capítulo. En el decreto de convocatoria a esos comicios del 18 de marzo de 1962 se establecía que el 1° de mayo debían asumir las autoridades elegidas, que de hecho la anulación dejaba sin efecto.

No obstante, el peronismo local, como ocurrió en otros lugares del país, intentó llegar al Palacio Municipal, aún a sabiendas, que le sería impedido el paso. Para cumplir ese objetivo, habían arribado preventivamente tropas provenientes de la unidad militar con sede en General Pico, que ocuparon hasta los techos el edificio comunal y todo el radio circundante.

A media mañana, los candidatos electos y alrededor de medio centenar de militantes, se reunieron frente al domicilio de Ciglia, en la calle San Martín, casi Paso, y desde allí, se encaminaron hacia la Municipalidad. Atravesaron la plaza San Martín, pero antes de cruzar el bulevard Villegas, un oficial de policía fue el encargado de transmitirle la orden recibida de no permitirles continuar avanzando.

La comitiva entonces volvió sobre sus pasos dirigiéndose a la Escribanía de Tito Livio Sotullo, en la calle Mitre, entre San Martín y Belgrano, donde el profesional confeccionó el acta notarial relatando los pormenores del frustrado propósito de Ciglia de asumir su cargo por imposición policial. La democracia volvía a caer en otro de sus oscuros capítulos.

Junto al mar, sus años finales
A mediados de 1979, con el país hundido en la dictadura militar, Ciglia, abrumado por la falta de oportunidades laborales que le permitieran una vida más desahogada, decidió con su esposa Juanita emprender una suerte de autoexilio.
Echaron una última mirada de tristeza al lugar al que él le había entregado toda su pasión política, y se radicaron en Necochea, donde los esperaba su hija Pilar, que ejercía allí – aún hoy – como médica.
Sus días en la ciudad balnearia fueron de extrañar mucho. Leían entre lágrimas las cartas que les enviaban sus amigos, y esperaban con ansiedad cada verano, sabiendo que se encontrarían siempre con familias trenquelauquenses que iban a vacacionar allí. Era otro atajo para no perder el vínculo, aún a la distancia.
El 22 de abril de 1999, la muerte lo fue a buscar, y entonces hizo el viaje final de retorno a Trenque Lauquen para que sus restos descansen para siempre en el cementerio local. Tenía 88 años.
En ese sosiego eterno dejaba atrás su despido en la empresa telefónica y su cárcel por su filiación peronista, su mandato interrumpido, y otro antes de nacer, entre sus cicatrices políticas, simplemente explicables porque no hay guerreros sin heridas.
Pero también cruzado por la felicidad de haber gobernado “con honestidad y con el corazón”, como solía repetir, y destacaba, más que la obra pública, la colecta sanmartiniana, la pensión que le asignó a los no videntes o cuando en los días de lluvia enviaba a su chofer para que recogiera a todos los humildes que encontraba en las calles y los devolviera a sus viviendas.
Don Jaime Ciglia ya se ganó todo el respeto de la historia, privilegio al que no cualquiera accede.