
Dentro de los sucesos tramitados en las más variadas causas penales en la historia del Departamento Judicial de Trenque Lauquen, quedaron incluidos algunos de corte tan insólito como misterioso, como aquel que comenzó con el hallazgo de un cuerpo que jamás fue identificado y que nunca nadie reclamó. Su muerte, además, se había producido de un modo violento, en medio de una inmensidad de agua y barro. Para sumarle más intriga, la investigación derivó en un desenlace inesperado.
Ocurrió durante la década del ’90, cuando toda la región además luchaba a brazo partido contra las secuelas dejadas por las severas inundaciones, que no sólo perjudicaron a miles de hectáreas productivas, sino que ingresaron a los cascos urbanos, provocando honda zozobra y enormes pérdidas.

Y aunque por entonces el avance hídrico se había detenido, los campos, a medida que las grandes masas de agua se iban retirando, quedaban encharcados, aunque peligrosamente oculta debajo, una superficie barrosa, capaz de hundir a cualquiera que pusiera sus pies por allí, como si se tratara de arenas movedizas.
La fuerza del fenómeno fue de tal magnitud que además horadó porciones de tierra y al escurrirse las aguas se encontraron algunos cráneos y huesos, que por estudios posteriores realizados en la ciudad de La Plata adonde fueron remitidos, determinaron que, por sus características, se trataba de restos óseos de indígenas que poblaron esta región.
Pero también fue hallado un cuerpo en estado de descomposición, lo que no impedía que se percibieran signos de violencia en su humanidad, como posible causa de muerte.
LAS AVES AVISAN
Esto sucedió en el paraje denominado Inocencio Sosa, dentro del partido de Pehuajó, que supo reunir a una módica población cuando el Ferrocarril Provincial lo incluía en su trazado, en cuya estación se detenía. Cuando hacia 1960 el tren dejó de correr, comenzó el éxodo, y el lugar prácticamente quedó deshabitado.

A algunos pobladores de esa zona rural les llamó la atención que, desde hacía unos días, algunas aves revoleteaban en círculo en torno a un lugar que observaban a la distancia, como alertando que algo acontecía, por lo que dieron aviso a las autoridades policiales y a su vez derivaron el enigma a las judiciales del fuero penal de Trenque Lauquen.
No era un sitio de fácil acceso. El agua y el barro no permitían el paso de vehículos, por lo que hubo que apelar a una suerte de carretón tirado por caballos para llegar hasta allí.
La inquietud de las aves obedecía a la presencia de un cuerpo de característica robusta, más bien alto, semi sumergido en el agua en posición boca arriba, y en estado de putrefacción. En la autopsia se verificó la existencia de dos vigorosos golpes a ambos lados de la parte superior del tórax, como si hubiera sido golpeado con un objeto contundente, semejante a una maza.
También tenía signos de ahorcamiento, además de mordeduras propias de la fauna del lugar. Tampoco se lo pudo identificar. No llevaba documento alguno entre sus ropas, apenas unos pocos papeles, que tampoco nada inferían, ya que, empapados por el agua, su contenido era indescifrable.
TAL VEZ UN LINYERA
Todo un misterio rodeaba el caso. Las averiguaciones que se realizaron conducentes a indagar sobre algún pedido de búsqueda de alguien que hubiese desaparecido en ese tiempo, fueron igualmente negativas, dotando de mayor oscuridad al caso, acentuado porque jamás nadie se acercó a reclamar su cuerpo.

Se dedujo entonces, que podría tratarse de un caminante, “crotos” o “linyeras”, como también se conoció a este tipo de personajes que deambulaban sin rumbo fijo de un lugar a otro.
Solían conchabarse en los campos, para realizar tareas rurales, tener un albergue y reunir algunos pesos, para partir nuevamente hacia otro destino. Fue el caso, por ejemplo, de Francisco Luna, inocente víctima del séxtuple asesinato, aún impune, en la estancia “La Payanca” de General Villegas. Encontró trabajo allí y dormía en un galpón, cuando fue sorprendido y ejecutado de un balazo. Nunca se supo quién cometió los crímenes, ni por qué.
El caso de Inocencio Sosa se había convertido en un acertijo, sin sospechosos a la vista, hasta que alguien dio una primera pista. Un peón de las cercanías relató que en la zona solía corretear un guanaco, de incierta llegada al lugar, y que en alguna ocasión en la que se le acercó, su vida corrió peligro, ya que el animal se precipitó sobre él y hasta alcanzó a golpearlo con sus patas en la espalda, al emprender la huida para salvar la ropa.
La pesquisa se orientó hacia allí, teniendo en cuenta la contextura del cuadrúpedo, a quien el naturalista inglés Charles Darwin, definió en su incursión por el sur de nuestro país como “el camello de la Patagonia”. Su silueta se destaca por el largo de su cuello y sus patas, desarrolla una gran velocidad, posee una altura promedio de 1,60 metros y un peso de 90 kilos, todo lo cual lo hacía factible de ser el autor del ataque, más aún, sabiendo de su carácter salvaje y violento, sobre todo, en su época de celo, capaz de embestir parado sobre sus patas traseras y golpeando con sus delanteras.
En ese páramo arrasado por la incomunicación y la soledad, y sin vestigios de algún encuentro con alguien con el que dirimiera una disputa, cobraba más fuerza, aunque sonara a descabellada, la hipótesis de un cruce ocasional y fatal con el guanaco.
Pero era necesario acumular más datos para medir con precisión las características del animal, cotejarlas con las del individuo, y determinar el grado de compatibilidad que le diera verosimilitud a una supuesta lucha entre ambos.
CAPTURA FRUSTRADA
Por esa razón el juez penal de Trenque Lauquen ordenó que fuera capturado el guanaco, a los efectos de estudiarlo, y para eso dispuso que una comisión policial procediera a cumplir ese objetivo.

Además, agregó a un baqueano, hábil en el manejo de la soga para que pudiera enlazarlo. Pero el animal al percibirse acorralado, la emprendió con furia contra los uniformados, y uno de ellos, temiendo por su vida, no tuvo mejor idea que dispararle con el arma reglamentaria, provocándole su muerte.
Aún difunto, el guanaco servía a los efectos de extraer de él lo datos necesarios, que debía realizar algún experto, lo que demoraría la diligencia, para lo cual era imprescindible conservarlo mientras tanto. Se apeló al frío extremo de la cámara de un frigorífico cercano, y se lo colgó entre las reses vacunas, con tan poca fortuna, que en esos días apareció una inspección del SENASA, y rápidamente ordenó, retirar al guanaco del lugar, bajo la sanción, en caso de no hacerlo, de clausurar el establecimiento.
Ante la amenaza de ese castigo, el propietario de la empresa, incineró con prontitud al guanaco, con lo cual se desvaneció definitivamente ahondar en la línea investigativa que se infería más creíble. El cuerpo del delito fundamental, si cabe la imperfecta expresión, había sido consumido por el fuego.
En suma, se conjeturó que los violentos golpes que la víctima tenía a ambos lados de la parte superior del tórax, donde había quedado algún rastro de sus pezuñas, provenían de las patas del animal, y que lo que se suponía alguna maniobra de ahorcamiento, se presumió que procedían de las mordeduras de los dientes del guanaco, en otra secuencia del ataque, más allá de las que podrían añadir otros animales y alimañas que merodeaban la zona.
De ese modo, el extraño caso concluyó con un sobreseimiento por la ausencia de imputados, aunque quedó fijado en los anales de la historia tribunalicia trenquelauquense como una de sus más intrigantes causas penales.