AL RECORDARSE 85 AÑOS DE SU MUERTE, LAS HUELLAS DE CARLOS GARDEL EN TRENQUE LAUQUEN

POR Hernán Sotullo

Periodista – Escritor

A Trenque Lauquen tampoco le faltó la visita de la voz suprema del tango: la de Carlos Gardel, sin duda, el mito más persistente del Río de la Plata. Una leyenda tan inalterable que venció al olvido “que todo destruye”, como describe Alfredo Le Pera en “Volver”, pieza a la que el Zorzal le puso música, y que estrenó en la película “El día que me quieras”, en una memorable escena cantando desde la cubierta de un barco. A 85 años de su trágico final en Medellín, el recuerdo gardeliano sigue intacto como si el tiempo se hubiera detenido

Siguiendo lo señalado por el periodista y escritor Francisco “Paco” Aznárez en su libro “El viejo Trenque Lauquen”, Gardel sólo tuvo una actuación en 1912. Aclara que no abordó tangos en su repertorio, y añade un paso muy fugaz, que no incluyó presentación artística, en 1918.

Gardel, a punto de cumplir 22 años, cantó a dúo con Francisco “Pancho” Martino, en la noche del 16 de noviembre de 1912 en el salón del Club Social, frente a la Plaza San Martín, a la altura de donde luego se construyó el actual Hotel Simón, y posteriormente una galería comercial.

Otras publicaciones mencionan que habían integrado esa dupla un año antes, y realizó su primera gira por las provincias de Buenos Aires y La Pampa, que arrancó subiéndose a un tren en la estación Once. En Chivilcoy cumplieron la primera actuación, continuando por los pueblos, a cuyo costado dejaba el entonces Ferrocarril Oeste. Así llegaron a Trenque Lauquen, y seguirían hasta culminar el periplo en General Pico (La Pampa). Tres meses les demandó esa primigenia aventura, viviendo en las tradicionales “fondas” de la época, que los proveían no sólo de alojamiento, sino de abundante comida casera.

En futuras incursiones por el suelo bonaerense se sumarían el uruguayo José “Pepe” Razzano y el sanjuanino Saúl “Víbora” Salinas, cantando alternativamente en dúos, trío y cuarteto, e incluso inauguraron un original estilo para interpretar un tema, haciendo un “doble dúo”, ya que mientras Razzano y Martino cantaban una parte, Gardel y Salinas interpretaban la otra.

Sólo repertorio criollo
No hay un mayor aporte documental respecto de esa presentación en nuestra incipiente urbe de 36 años y raleada población, sólo que el bisoño dúo de voces y guitarras, ejecutó una sucesión de canciones propias de los entonces llamados “cantores nacionales” que abarcaba una temática exclusivamente folklórica, donde se destacaban cifras, milongas camperas, estilos, valses, gatos, zambas, vidalitas y algunos otros enraizados en el género criollo.

¿Por qué no hubo tangos esa noche en el Club Social?. Es que, por entonces, el dos por cuatro aún no tenía partida de nacimiento, y sólo asomaba tímidamente en músicas rudimentarias y letrillas salidas de los piringundines, prostíbulos y lugares turbios, en su mayoría procaces, ejecutadas por primitivos conjuntos que no excedían del trío o cuarteto, donde se alternaban flauta, piano y guitarras.

La identidad del género llegaría más adelante cuando el bandoneón desembarca en el Río de la Plata, y en 1917, Gardel interpreta “Mi noche triste”, nacido de la pluma rea de Pascual Contursi, sumándola a la música de Samuel Castriota, que inicialmente la había bautizado “Lita”. Allí se inaugura la etapa del denominado tango canción, que expresará al hombre, contando sus historias y su entorno social, para abandonar esa originaria influencia marginal, y con el tiempo, notables músicos, poetas y compositores lo dotarán de una deslumbrante belleza armónica y literaria. Sera el momento en que Gardel y el tango confluirían definitivamente.

Esperando en el andén
El segundo registro que se tiene de Gardel por Trenque Lauquen estuvo motivado por una inesperada circunstancia. Ocurrió en vísperas del 17 de noviembre de 1918, vale decir, exactamente seis años después de aquella presentación en el Club Social.

Gardel, de gira esta vez con José Razzano, y una delegación que sumaba a la orquesta del pianista Roberto Firpo, se hallaba en General Pico (La Pampa), cuando abandonó súbitamente, a escondidas, su lugar de hospedaje junto al uruguayo y el guitarrista José Ricardo, contrataron un Ford T de la época como taxi, y sorteando, en medio de la noche, las dificultades del arenoso camino llegaron hasta la estación del ferrocarril de Trenque Lauquen, aguardando en el andén el tren que partió a las siete de la mañana y horas después los depositaría en Once.

¿Cuál era la razón de tanta premura, dejando incumplidas actuaciones ya comprometidas?

Nada más que una competencia equina, aunque no una cualquiera, sino la que dio en denominarse “la carrera del siglo”. No era tampoco casual la actitud de Gardel, que fue un empedernido amante del turf, al punto de llegar a poseer el stud “Las Guitarras” en sociedad con Razzano, con varios caballos, entre ellos, Lunático, su preferido, un alazán tostado que tuvo una dispar campaña, cruzando primero el disco sólo en una decena de carreras de las 36 corridas.

Pero la historia de su sorpresivo viaje había comenzado 15 días antes en el Hipódromo de Palermo cuando el alazán “Botafogo” al que se lo conocía como “el caballo del pueblo”, invicto tras 16 carreras, lo perdió al ser derrotado por el tordillo “Grey Fox”, ante el estupor generalizado, ya que para la afición burrera era invencible.

La cosa no quedó allí, y los propietarios pactaron la revancha, en un mano a mano, dos semanas después. Esta vez el resultado se invirtió, y Botafogo, ante el delirio de un recinto atestado – algunos calculan entre 80 y 100 mil espectadores – ganó cómodamente. Su rival quedó a 100 metros de distancia, y allí estaban Gardel, Razzano y Ricardo vitoreando al vencedor, y pasando por ventanilla a cobrar los boletos jugados. La gira, bien podía esperar.

Un hallazgo fortuito
Gardel recorrió prácticamente todos los rincones de la provincia de Buenos Aires hasta su primer viaje a España y Francia, donde “le tangó aryanten” comenzaba a ser atracción. Lo hizo en compañía de Razzano, y partieron en noviembre de 1923.

Esos viajes por el interior bonaerense incluyeron invitaciones, no sólo para cantar en los pueblos, sino también en algunas estancias, como cuando pasaron tres días en la que el millonario Eustaquio Martínez de Hoz poseía en Necochea.

Algo parecido sucedió en 1918 en un vasto campo cercano al pueblo de Curarú, en el partido de Carlos Tejedor, que además poseía un haras, atractivo más que suficiente para el cantor por su indisimulable pasión por los caballos. Allí se quedó varios días, confraternizando con la paisanada, participando de algunas carreras cuadreras, y cantando en los habituales fogones, trasnochados de canto y vihuelas.

Al irse, dejó como agradecimiento por la amistosa atención recibida una de sus guitarras, que terminó conformando una historia para culminar en manos del martillero trenquelauquense Nelson Carreño, y a su muerte, pasar a ser parte del patrimonio familiar. Carreño, un enamorado del folklore y el tango, al punto de ser un cantor aficionado, que tenía como preferida “Las cuarenta”, música de Roberto Grela y letra de Francisco Gorrindo, que habitualmente le era pedida por quienes compartían con él, asados y tenidas musicales, se halló con esa guitarra de manera fortuita.

Ocurrió en ocasión de ser contratado como profesional para el remate de “todos los muebles y útiles”, como rezaban entonces las publicidades, que habían quedado de la demolición de galpones y otros bienes, en el mismo lugar en el que Gardel había pasado aquellos lejanos días.

Observó como un objeto más que en un sótano había una guitarra semidestruída, pero su rostro cambió de semblante cuando alguien le dijo que había pertenecido a Gardel, y decidió llevársela como una reliquia. Posteriormente, otras fuentes le confirmaron que efectivamente la guitarra había pertenecido al Zorzal.

Tiempo después, pensó que tal vez podría reconstruirse, tarea para nada sencilla, porque sólo eran algunos pedazos de madera, pero tenía intacto el cilindro de bronce de la boca del instrumento, que en esa época en la que no existía la amplificación, obraba como caja de resonancia.

Alguien le habló de un luthier que residía en Santa Rosa, capital de La Pampa, y este se encargó del complejo trabajo de rearmar como un rompecabezas cada una de las partes, para terminar de devolverle a Carreño la guitarra impecablemente restaurada.

Es un soplo la vida
Gardel se hallaba en el cénit de su carrera. Había filmado en Estados Unidos “Tango bar”, la que sería su última película, y comenzó una gira por varios países de América donde era acompañado por multitudes que colmaban los escenarios donde se presentaba.

El 23 de junio de 1935 cantó en Bogotá (Colombia) en los estudios abarrotados de la radio “La voz de la Víctor”, despidiéndose con “Tomo y obligo”. Al día siguiente abordó con su comitiva el avión que lo llevaría a Cali, próxima etapa de su gira, previa escala técnica en Medellín.

Allí dejaría su vida cuando el trimotor en el que viajaba, al reanudar el viaje, se desvió en pleno carreteo de despegue y embistió a otro avión que esperaba su turno para levantar vuelo, incendiándose ambos.

Tenía 44 años y un futuro sin fronteras. El trágico final ya estaba escrito en un pasaje de la letra de “Volver” donde la pluma de Le Pera profetiza “que es un soplo la vida”. El cuerpo de Gardel fue encontrado de cara al cielo, cerca de una de las hélices. Una cadena con una medalla con su nombre y dirección en Buenos Aires rodeaba su cuello. Eran las 15.05. Sus ojos se cerraron y el mundo sigue andando, tanto que sigue ensayando en sus discos y cada día canta mejor.