EL GRITO QUE CAMBIÓ LA HISTORIA HACE 75 AÑOS Y EL TESTIMONIO DE 2 HOMBRES DE TRENQUE LAUQUEN

Fue una noche tensa, poblada de rumores, reuniones secretas, negociaciones, un resumen de preguntas aún sin respuestas, pero de inminente desenlace. Todo desembocaría al amanecer del miércoles 17 de octubre de 1945 – fue hace ya 75 años – cuando desde infinitos sectores barriales de una ciudad aún en penumbras, y el aporte plural de los trabajadores que abandonaban sus fábricas, hombres y mujeres iniciaban la histórica marcha hacia la Plaza de Mayo.

Un tranvía atestado de trabajadores rumbo a la plaza

Al principio, en pequeños grupos volcados a las calles pero multiplicados rápidamente hasta agruparse en gruesas columnas. Un solo nombre los convoca: el coronel Juan Domingo Perón, el que escriben fervorosamente con tiza y carbón a su paso en paredes y cordones.

La caravana más compacta venía del sur, y para impedir su paso ordenan levantar los puentes sobre el Riachuelo. Pero el obstáculo de la pestilente vía de agua contaminada no basta. Algunos se arrojan y la cruzan a nado, otros apelan a botes y barcazas varados en la orilla. Nada los detiene: quieren a Perón.

Es mediodía cuando exhaustos llegan a la plaza, y empiezan a ocuparla pacífica pero inevitablemente ruidosa. Muchos dejan caer sus cansados pies en la fuente, hecho que quedará eternizado en la histórica foto.

Manifestantes mojando sus pies en la fuente

No se moverán de allí hasta lograr su único objetivo: la libertad del naciente líder, entonces detenido en el Hospital Militar, después de estar confinado en la isla Martín García, en medio del Río de la Plata, y haber sido despojado de todos los cargos que ocupaba en el gobierno – Vicepresidente, Ministro de Guerra, y Secretario de Trabajo y Previsión – con el propósito de desarticular su futuro político.

Perón en el balcón de la Rosada el 17 de octubre de 1945

A partir de allí, los acontecimientos se precipitarán. El entonces presidente de facto, general Edelmiro Farrell, rodeado de otros jerarcas militares, ante lo insostenible de la situación, que lo colocaba frente a la alternativa de reprimir de la peor manera a la masa reunida, lo convoca a Perón a la Casa Rosada para pedirle que salga al balcón a calmar a la multitud.

 

 

SERÍA EL DÍA DE LA LEALTAD
Accede finalmente cuando el reloj marcaba las 23,10 horas, y nadie se había movido aguardando su presencia y su voz. La marea humana estallará en gritos, vivas, aplausos y hasta lágrimas, ni bien asoma su figura.

Contaría luego el todavía coronel que la plaza colmada lo “impresionó” y lo resumía: “nunca olvidaré aquel 17 de octubre, y cuando me preguntaron donde había estado, les respondí que en un lugar adonde volvería muchas veces con tal de ayudarlos”. Agregó que  el gobierno le había prometido convocar a elecciones, que se entregaría el poder al ganador, que no habría fraude y que sería candidato a presidente.

Aspecto parcial de la plaza esperando a Perón

Con Perón ya erigido en primer mandatario de la Nación cada 17 de octubre sería feriado y consagrado como el “Día de la Lealtad”. Es que en cada encuentro Perón preguntaba a la concurrencia “¿Están conformes con el gobierno?”, y a coro respondían afirmativamente y añadían un estentóreo “La vida por Perón”.

También habría asueto el día siguiente, al que la liturgia partidaria denominaría “San Perón”. Sería por un decreto presidencial, pero la gente congregada lo había impuesto de hecho cada vez que abandonaba la plaza al clamor de “Mañana es San Perón / que trabaje el patrón”. Servía también para que todos aquellos que habían llegado a Buenos Aires desde el interior para participar del acto, pudieran volver a sus provincias.

Aquel momento sentaría los pilares del pedestal político de Perón, y su definitiva irrupción en el escenario de la política nacional que se prolongaría a lo largo de casi tres décadas.
Fue una incisión profunda en la historia que amplió la participación de la ciudadanía, consagró nuevos derechos y democratizó el ingreso de los trabajadores, que conocieron dignidades sin explorar, incluso contando con el fuero especial de los Tribunales del Trabajo para dirimir sus conflictos con las patronales.

No hay dudas que aquél 17 de octubre fue el alarido de los más postergados que alteró profundamente el curso de la historia, y que el escritor Raúl Scalabrini Ortiz al rememorar aquella fecha la definió certeramente como “el subsuelo de la patria sublevado”.

El mérito indudable de ese peronismo fue darle al trabajador un lugar en la mesa de discusión de cómo distribuir lo que se produce. Antes, los que con su labor auxiliaban a generar las riquezas, recibían salarios paupérrimos, con lo que tener un trabajo no garantizaba salir de la pobreza. Inodoro Pereyra, el entrañable personaje creado por el “Negro” Roberto Fontanarrosa quizás fue el que mejor lo explicó desde su humor: “Estoy comprometido con mi tierra, casado con sus problemas y divorciado de sus riquezas”

DOS TESTIGOS CERCANOS

Reunión con Perón (de espaldas); Serra, el primero de la derecha

El archivo nos devuelve el testimonio de dos vecinos que ya no están, pero que fueron de los tantos mezclados en aquella plaza atiborrada, vivando por Perón. Ricardo Serra, que llegó a Trenque Lauquen como dirigente gremial, cuando la Federación de la Carne se hizo cargo del Frigorífico Regional del Oeste, ubicado sobre la calle 12 de abril, tenía 28 años entonces, y entre sus recuerdos narraba: “Trabajaba en el frigorífico Anglo, en la isla Maciel, y desde hacía varios días había mucho malestar por la detención de Perón, por lo que veníamos conversando entre los compañeros, hasta que ese día, no sabemos cómo, instintivamente, ya que no había ninguna orden, salimos del frigorífico, cruzamos el Riachuelo, al que todavía no le habían levantado los puentes, tomamos por la calle Almirante Brown, después seguimos por Paseo Colón, para desembocar finalmente en la Plaza de Mayo”.

Serra definía ese 17 de octubre como “una manifestación espontánea, pacífica, alegre, venían de los barrios familias enteras” y lo fundamentaba en “la admiración que todos sentíamos por Perón, que era nuestra esperanza, porque desde su cargo en la Secretaría de Previsión, empezó a defendernos, y veíamos que con él estaba cambiando todo”.

Jaime Ciglia, testigo del momento histórico

Juan Jaime Ciglia, festejó sus 35 años en la plaza, porque coincidentemente ese día celebraba uno más desde su nacimiento, pero también algo más: su alumbramiento político, que entre otros honores lo llevarían a ser elegido tres veces intendente de Trenque Lauquen.

Recapitulaba así su vivencia: “caminaba con una bandera argentina y veía a la gente hasta arriba de los tranvías. Volví enloquecido, el coronel Perón era la esperanza, quien nos devolvería la dignidad, porque eran tiempos de miseria y abuso”. Y concluía enfáticamente: “No me equivoqué”.

Ni siquiera imaginaba que aquella visión lejana de la plaza se convertiría en una muy cercana cuando sólo cuatro meses más tarde podría estrecharle la mano al coronel Perón y a su lado ser el locutor del acto que se desarrolló en la estación del ferrocarril de Trenque Lauquen, cuando pasó en el último tramo de la campaña política, y días después las urnas lo investirían por primera vez como Presidente de la Nación.

En aquel balcón de la Casa Rosada hace 75 años nacía Perón a la vida política, y lo que ulteriormente dio vida al peronismo. Casi 30 años después se despedía bellamente desde ese mismo lugar: “Llevo en mis oídos la más maravillosa música que, para mí, es la palabra del pueblo argentino”. El mismo pueblo que, desbordando la Plaza de Mayo aquel 17 de octubre del ‘45, lo había rescatado “de los contreras” – según la expresión de la época con la que eran señalados los adversarios – con la esperanza cierta de que lo mudara a un destino superior.