LA CONMOVEDORA HISTORIA DE UN HOMBRE EN SITUACIÓN DE CALLE Y SU PERRO SULTÁN

Escribe Hernán Sotullo

Era ya parte del paisaje del microcentro mendocino. Su fallecimiento no hubiera sido noticia si no fuera alguien en situación de calle, con un piadoso aditamento: no quería dejar ese lugar por un refugio cubierto para no abandonar a su perro Sultán. Una conmovedora historia de fidelidad. Un acto de lealtad sublime.

  Juan era su nombre, que, al llegar al ocaso de cada día, como si tratara de alojarse en un cinco estrellas, desplegaba su ínfimo lecho con una gastada colchoneta, ennegrecida por la suciedad. Era todo el colchón king size que le podía proveer el abandono social. Ya acostado apenas se cubría con una delgada manta. No tenía medias y usaba un pantalón de verano, según informa el diario local Los Andes.

Los vecinos le prodigaron auxilio, dotándolo de guantes, bufanda, gorro de lana, y alguna prenda más abrigada, además de suministrarle alimentos. No fue suficiente para pelearle con éxito a la enorme oleada de frío polar, a la intemperie y acechado por temperaturas de varios grados bajo cero, más ostensible aún en esa zona cordillerana. Ni el tibio sol de la mañana siguiente, ni abrazado a su inseparable Sultán, podían paliar su cuerpo escarchado.

Nadie sabía de su vida. Vaya a saber de qué pasado llegaba allí, aunque seguro que de la orfandad y el olvido. Con reminiscencias tangueras podría asegurarse que “la sal del tiempo le oxidó la cara”, ya ultrajado por el destemplado frío invernal, y atrapado entre la pretensión de la eficiencia impuesta por el sistema económico, y la circunstancia de ser apenas un ser humano.

Al final, en la derrota, aceptó ser llevado a un hospital, previo a exigir al quiosquero de la esquina el juramento de que no desatendería a su perro, hasta su regreso. Fue su último ruego: “Cuídame a Sultán”. La ciencia nada pudo hacer ante la hipotermia y otros males que arrastraba, y murió. Como una crueldad del destino, en una cálida cama y comida caliente, lo que le faltó siempre.

Ahora Sultán habita abrigado en su nuevo alojamiento, la casa del quiosquero. Pero le falta Juan, su incondicional amigo, el que dio la vida por él. El que rechazó un ambiente más amable, porque no permitían el ingreso de animales, y para no dejarlo huérfano de su compañía, aunque sólo fuera por las noches.

.