Esta no es solo una historia de vida rural y de pasión por el campo. Es, fundamentalmente, una historia de amor entre una nieta y su abuelo. La protagonista es Julieta Alcalde, una joven de 26 años que trabaja como asesora en agricultura en la estancia El Guanaco, en la localidad bonaerense de Ameghino. El rol coprotagónico le pertenece a Jorge Vitale, su abuelo materno, que con 80 años se desempeña como encargado general de ese establecimiento desde hace una década.
Jorge comenzó con las tareas rurales a los 14 años en el campo de sus padres. Con gran esfuerzo, a los 20 logró comprar sus primeras máquinas y a partir de ahí empezó a prestar servicios en La Esther, un establecimiento de Trenque Lauquen donde trabajó durante 40 años, primero sembrando y cosechando, más tarde como encargado de máquinas y finalmente como encargado general, momento en el que decidió dejar su labor como contratista.
“Yo fui a ese campo toda la vida, desde bebé. Íbamos todos los fines de semana y nos quedábamos durante todas las vacaciones. Andábamos todo el día con los animales, arriba de los caballos; con el tractor y las máquinas no tanto porque él era muy miedoso con eso”, recuerda Julieta con alegría y un dejo de nostalgia en la voz. En esos días de pleno disfrute junto a su abuelo se fue tejiendo su amor por la tierra y la vida rural.
Tal fue la huella de aquellos tiempos que, tanto ella como su único hermano menor, decidieron estudiar Administración de Empresas Rurales para seguir los pasos de su abuelo. Ni su madre ni su padre se vincularon nunca con el rubro agropecuario. Y de los tres hijos de Jorge, solo el varón siguió sus pasos y hoy es contratista, brindando servicios de siembra en El Guanaco.
Hace seis años, cuando terminó de cursar sus estudios terciarios, Julieta volvió a El Guanaco pero esta vez para trabajar. “El día que entré acá, yo no tenía idea de nada porque no estudié Agronomía, entonces no reconocía las malezas ni las plagas, nada. Yo aprendí todo con él”, reconoce la joven. En ese entonces, Jorge ya tenía 74. “Trabajar con mi abuelo es un orgullo para mí. Él me enseñó todo”, subraya.
A pesar de contar con su ayuda, Julieta afirma que le “costó mucho” insertarse en el medio rural. “Al principio, mi abuelo, formado en la época de antes, no quería saber nada con que me suba a un tractor porque tenía miedo, pero se fue ablandando. Creo que le hizo bien que yo venga, cambió muchísimo su forma de pensar, para él soy una gran compañía”, cuenta.
En la estancia todos los empleados, excepto la cocinera, son hombres, y a Julieta no le resultó fácil que la acepten. “Me costó un montón adaptarme, tenía 21 años, era muy difícil que ande una mujer por ahí a la par del abuelo, había muchos chismes y demás cosas de hombres… Por suerte me ayudó mucho que esté mi abuelo porque el rubro campo es muy difícil para las mujeres. Él me decía: de estas vas a pasar muchas, en el campo es así pero vos tenés que hacer tu trabajo y listo”, repasa.
No obstante, aclara: “No meto a todos en la misma bolsa porque también hay gente excelentísima. Con los contratistas tengo la mejor relación, son una compañía para mí, son los mejores. Cuando ellos vienen yo voy a la casilla, les llevo torta, charlamos, comemos asado. Eso tiene que ver con la edad, son más jóvenes. Igual me pasa con dos chicos que entraron a trabajar en la estancia y nos llevamos excelente, nunca un problema. Es la edad. La gente grande no lo hace de mala sino porque nunca tuvieron una mujer que le dé órdenes o que esté trabajando con ellos a la par, no están acostumbrados”, analiza.
Hoy se siente orgullosa de haber desafiado la situación y haber logrado superar esos obstáculos. “Ahora estoy bien pero otra quizás se hubiera ido en el momento. Lo pude lograr gracias a mi abuelo que estuvo al lado, obviamente”, destaca. “No hay que dejar a la primera, se puede, es importante que nos animemos, una vez que lo lograste, no hay límites”, sostiene.
A lo largo de estos años, sin embargo, muchas veces se quiso ir. “Estoy lejos de mi casa, son 200 kilómetros a Trenque Lauquen, no estoy nunca allá y a mí me tiran mis amigas y mi familia, pero no me arrepiento porque es lo que me gusta”, explica la joven. A pesar de que le encantaría estar más cerca de ellos para no extrañarlos, de algo no tiene dudas: su vida será siempre trabajando en el agro y por el momento, en El Guanaco. “A mí me apasiona el campo, me encanta andar en el tractor, en las máquinas, con los animales, todo, me encariñé con este lugar y está mi abuelo al que no voy a dejar solo. Me costaría irme pero de cualquier manera, vaya donde vaya tiene que ser algo relacionado al campo porque si no, no sería yo, no sería feliz”, expresa.
Cada día se levantan a las 6 y salen a recorrer el campo para controlar que todo esté bien. Según el momento del año, hacen distintas tareas: control de cosecha, siembra, monitoreo de plagas y malezas en los cultivos. “También trabajamos en la ganadería y viajamos a comprar insumos o mercadería. A veces nos dividimos tareas. Hay días que me quedo en el escritorio haciendo papeles. De todo un poco, varía mucho, lo que haya que hacer en el día a día”, enumera Julieta.
El Guanaco tiene 2.500 hectáreas de las cuales 2.000 se destinan a agricultura en siembra directa y 300 a ganadería de ciclo completo, el resto está ocupado por una laguna que ahora, producto de la sequía, ha retrocedido, dando paso a algunos pastos que son aprovechados por el rodeo de cría. A lo largo del año siembran soja, maíz y trigo, y eventualmente algún centeno de cobertura. Además, hacen pasturas con base alfalfa, y festuca o ray grass en los bajos, para el ganado. También cuentan con un pequeño plantel de cerdos.
NOTA Y FOTOS DE CLARÍN