EL CASTILLO DE CAÑUELAS, UNA MOLE MEDIEVAL, QUE SE PROLONGÓ EN LA FINACO TRENQUELAUQUENSE

Antes de que se habilitara en jurisdicción del distrito de Cañuelas, el enlace de las rutas 205 y 6, los automovilistas, incluidos muchísimos trenquelauquenses que viajaban a La Plata, debían, para acceder a esta última, transitar un corto desvío que, en su trayecto y en una suerte de “U”, se encontraban al costado con una imponente construcción abandonada.

Vista aérea del Castillo de Cañuelas

Más allá del asombro que provocaba semejante mole en estado ruinoso, a la que los habitantes del lugar denominan “El Castillo de Cañuelas”, muchos se habrán preguntado por su origen e historia, pero su extrañeza no hubiera sido tal, habiendo sabido que allí se estableció en 1932 la fábrica “FINACO”, que años después se trasladaría para continuar funcionando en Trenque Lauquen.

Fue construida por el inmigrante francés Gustave Artaux, y la dedicó a la fabricación de leche en polvo y huevo deshidratado, inéditos adelantos para la época, que exportaba mayoritariamente a Europa. De cinco niveles, tuvo hasta un ascensor, el primero de Cañuelas. Aún conserva su chimenea intacta, y la edificación abarca más de 5 mil metros cuadrados de superficie.

Allí llegaron a trabajar unos 400 empleados para procesar 80 mil litros diarios de leche y miles de docenas de huevos, dentro de una región donde la actividad tambera y avícola eran de enorme fortaleza. Pero además se elaboraron otros productos, algunos de exóticas denominaciones, como el dulce de leche “Che-roga” (“mi casa” en guaraní), mate cocido con leche “Yerbalet y “Matelet”; cacao Yumil” y Ski-Sito; y té en hebras “Khiber”, que luego, en su mayoría pasaron a fabricarse en la planta de Trenque Lauquen.

RUMBO AL OESTE
En 1947, una polémica disposición nacional determinó que las fábricas lácteas debían hallarse alejadas a más de 100 kilómetros de la Capital Federal, y entonces la empresa abandonó Cañuelas y eligió Trenque Lauquen, seguramente seducida por una ciudad que ya asomaba con convertirse en un gran polo industrial en el oeste bonaerense, con su sostenido desarrollo metalúrgico y lácteo, un formidable frigorífico, promisorias explotaciones, y perspicaces inventores.

Mientras tanto, “El Castillo de Cañuelas”, fue transferido a otros propietarios que le impusieron las más diversas actividades: fábrica de rollos fotográficos, pizzería, parrilla, tenedor libre, exposición de autos clásicos, y finalmente una bailanta, hasta que finalmente quedó totalmente abandonado e intrusado, habiendo fracasado hasta hoy su venta, que, por encima de su elevado precio, requeriría de una fuerte inversión adicional para reconvertirlo en un nuevo destino.

En Trenque Lauquen, la edificación de la fábrica, tuvo características más sobrias, lejos del vuelo medieval que abundaba en la arquitectura de Cañuelas. Menos presuntuosa, igualmente exhibía llamativos rasgos, entre ellos su elevadísima chimenea. Como en su anterior ubicación, aquí también escogió un estratégico lugar en los amplios terrenos sobre la calle Blandengues casi Foster, y aledaña a las vías del ferrocarril, lo que le facilitaba la carga de mercaderías para su distribución y llegada a Buenos Aires, parte de ella destinada a la exportación. El tren se detenía al costado del establecimiento, y allí se lo embarcaba, como en la primitiva sede cañuelense.

EL INCENDIO DEL OCASO

La original Finaco trenquelauquense

Algo más de 200 empleados se ocupaban diariamente del fuerte de la producción, orientada esencialmente a la leche en polvo y chocolatada, hasta que en junio de 1952 se desató durante la tarde un incendio de proporciones tal, que sobrepasó el accionar de la incipiente dotación de bomberos locales, y fue imperioso acudir al auxilio de unidades de localidades vecinas, y no tanto, como el cuerpo de 9 de Julio, que llegó pasada la madrugada.

En horas del mediodía siguiente el fuego fue totalmente extinguido, pero ya se había devorado el enorme depósito con toda su producción y envases. Fue el fin de FINACO. Las llamas y sus consecuencias rubricaron su certificado de defunción. Como ironía, ese día se celebraba la festividad de San Juan, y en todos los barrios – costumbres de la época – ardían las fogatas acompañándola.

Parte de los que queda de la ex Finaco

Del diseño inicial poco quedó. Después del siniestro y con alguna reconstrucción menor, parte de su perímetro fue ocupado sucesivamente por un autoservicio, una guardería infantil, instalaciones municipales, y en la actualidad es propiedad de una de las más conocidas empresas que opera en el rubro agropecuario del distrito y la región.