LA OTRA PANDEMIA: EN EL VERANO DE 1956, LA POLIO ATEMORIZABA A TRENQUE LAUQUEN

La reacción de los gobiernos y las decisiones que fue tomando la población, temerosa de las consecuencias. La vacuna llegó como solución, tras sufrir decesos en las comunidades

El azote del coronavirus que como una mancha de aceite fue avanzando sobre los países, provocando una verdadera catástrofe que aún ocasiona muertes y la incertidumbre de un final que sólo se avizora en la esperanza de una vacuna que lo extinga, constituye la última manifestación de las tantas epidemias, que, a través de los siglos, han atacado a la humanidad.

Por eso se ha dicho que los grandes asesinos del universo han sido las bacterias y los virus, y en ese sentido la Argentina, ha sufrido también las consecuencias del reguero de sus calamidades, pero particularmente, la fiebre amarilla hacia 1871, y la poliomielitis en 1956, que en este último caso tuvo en vilo a las familias trenquelauquenses, hostigadas por el temor a su contagio.

Uno de los ejemplos más citados de esta pestes es el de la denominada “gripe española”, que se desarrolló durante los últimos meses de la Primera Guerra Mundial. Fue causado por una virulenta cepa del virus de la gripe, que como el caso del Covid -19 se propagó rápidamente por todo el planeta infectando a un tercio de la población mundial y causando en los años 1918 y el siguiente la muerte de decenas de millones de personas, más de las que ocasionaron las dos guerras mundiales juntas.

El sarampión, a su vez, acabó con más de 200 millones de personas; la viruela se calcula que mató a 300 millones de seres humanos, y los que se contagiaron escapando de ser víctimas fatales, quedaron con el rostro con severas marcas. A su vez, y más modernamente, el virus del sida o VIH, llevó a la tumba a unos 35 millones de los afectados.

En 1871 en nuestro país se produjo una epidemia de fiebre amarilla, llamada así por el color que adquiría la piel de los enfermos, y originada por la picadura de una variedad de mosquito. Su epicentro fue principalmente la ciudad de Buenos Aires y dejó casi 14 mil muertos – en un solo día se produjeron más de 500 decesos – demasiados para la “gran aldea” que entonces registraba una población de 187 mil habitantes, mezcla de inmigrantes y criollos.

La cantidad de fallecidos obligó para su sepultura a la fundación del cementerio de la Chacarita, y a la semilla, de lo que hoy es el barrio de Recoleta, ya que las familias adineradas, que vivían en sus casonas de San Telmo y Monserrat, donde se registraron los mayores brotes, los abandonaron para construir sus nuevas residencias en la zona norte.

CON ALCANFOR AL CUELLO
La poliomielitis o polio, como se la abreviaba, felizmente ya erradicada, era transmitida por un virus que afectó mayoritariamente a los niños. Se aloja en el intestino en una primera fase para desplazarse al sistema nervioso. Según su desarrollo puede causar desde la muerte a una severa discapacidad, desde parálisis hasta otro tipo de secuelas motrices. Provocó estragos en todo el mundo, y en el verano de 1956 desencadenó la mayor epidemia en la Argentina con alrededor de 6500 casos con un 10% de casos fatales.

Como en el resto del país, en Trenque Lauquen, las familias vivían aterradas ante el temor de que el mal contagiara a sus hijos más pequeños. Se apeló, entre otros recursos, al aseo extremo, el uso de la lavandina hasta para baldear las veredas, y la pintura con cal de cordones y tronco de los árboles, en la creencia que de ese modo se podía contrarrestar el virus, sumándose también un ensayo de fumigación aérea.

Igualmente se utilizó como una de las defensas más difundidas colgar del cuello de los chicos una bolsita que contenía una pastilla de alcanfor, proveniente de una planta medicinal, con la que también se pensaba que podía alejar el peligro de contagio. Algunas familias propietarias de campos optaron por trasladarse a ellos para aislar a sus hijos, y las clases se suspendieron, pero sólo por unos pocos meses, hasta comienzos del otoño.

Había pánico y no era para menos. Se desconocía de que se trataba esa enfermedad, que comprometía los músculos de la respiración y tampoco se contaba con recursos para enfrentarla. Sólo se podía actuar sobre sus derivaciones, antes que las causas.

Una sala de pulmotores para asistir a niños afectados

Así, el gobierno adquirió pulmotores, un enorme dispositivo en forma de tubo, donde se colocaba al enfermo. Funcionaba mediante un fuelle que se accionaba por un motor que auxiliaba al paciente a respirar, es decir, cumpliendo la función del pulmón. En Trenque Lauquen, una colecta popular logró reunir los fondos para comprar uno, que fue exhibido a su llegada a la ciudad en un comercio del Boulevard Villegas.

En vuelo de Aerolíneas llega el primer pulmotor al país

La enfermedad era más frecuente en chicos, adolescentes y personas jóvenes. Se manifestaba con un cuadro gripal muy indefinido y si se trazara un paralelismo se encontrarían algunas similitudes con el comienzo del actual cuadro por coronavirus, pero luego aparecían las primeras exteriorizaciones como no poder mover un brazo o una pierna y sobre todo no poder respirar porque se paralizaba el músculo del tórax y era ahí donde se empleaba el pulmotor como se hace ahora con los respiradores.

LLEGAN LAS VACUNAS

Jonas Salk, descubridor de la vacuna contra la polio

El remedio era hallar la vacuna, que en el caso de la polio, no había que experimentar de apuro como sucede con el coronavirus. Ya en 1953 el médico Jonas Edward Salk anunciaba que la había descubierto, pero eran necesarias tres dosis inyectables para desarrollar los anticuerpos indispensables. Sin embargo, la fabricación a gran escala demoró mucho tiempo, además de que los Estados Unidos pusieron restricciones para la exportación, porque no tenían suficiente para el abastecimiento interno. Hoy, para evitar esa dificultad, en el caso del Covid, los países, como ocurrirá también en Argentina dispondrán de un laboratorio local para la elaboración de la futura vacuna.

Albert Sabin, el de la vacuna oral

Posteriormente el polaco Albert Sabin tomó como punto de partida lo investigado por Salk y desarrolló una vacuna oral, que resultó más eficaz que la inyectable. Ampliaba el período de inmunidad, además de ser más práctica, ya que sólo requería del suministro de tres gotitas, y que para sortear su sabor amargo y facilitar que los chicos se vacunaron sin quejas se lo hacía embebidas en un terrón de azúcar.

De esa manera, la polio fue desapareciendo, y Trenque Lauquen, si bien tuvo que lamentar algunos pocos casos con su secuelas, no debió apenarse por pérdidas de vida, aún durante el período de mayor virulencia del mal.