EN EL DÍA DEL PERIODISTA: TRES VOCES QUE NO CALLABAN NI CON BARBIJO EN TRENQUE LAUQUEN

La historia del periodismo trenquelauquense registra los nombres de los que hicieron una trinchera de su profesión, ejerciéndolo con mayor vehemencia en la opinión y la denuncia, sin ahorrarse temores por las consecuencias

ESCRIBE  HERNÁN SOTULLO (periodista, escritor)

Son casos distintos, pero todos se comportaron como una suerte de “llaneros solitarios”, no socorridos por ninguna pauta sino guiados, en algún aspecto por su sana ideología, o en otros porque creían descorrer el velo sobre episodios que otros desconocían o callaban en la complacencia con el poder político o económico. Y se subieron al ring sabiendo de la desigualdad que en el otro rincón se erguía un peso pesado.
Todos murieron en la pobreza, o cercanos a ella, no enriquecidos por nadie, demostrativo de la nobleza de sus impulsos periodísticos, más allá que se coincidiera o no con ellos.

Cándido, contra los monopolios
Tal vez el más olvidado sea Cándido Villaro, que tuvo una doble actividad, ya que, por un lado, poseía una casa de remates y comisiones en San Martín y Alsina, y por otro, detonaba su flamígera pluma, primero como director de “El Cívico” y luego de “El Diario”.


De ninguno se conservan ejemplares, aunque las notas escritas en este último, las recopiló posteriormente en un libro que editó en 1944 en sus propios talleres gráficos que tituló significativamente “Lucha contra los monopolios y grupos asfixiantes de nuestro medio”, un único volumen que se conserva en el Museo Histórico Regional. La leyenda también señala que algunas de sus ediciones fueron impresas en papel verde con la provocadora indicación de que era para que lo consumieran sus adversarios, es decir, los reducía a la categoría de “burros”.

Sus cañones apuntaron primordialmente a la empresas creadas por el doctor Pedro García Salinas, considerado el primer gran motor del progreso de Trenque Lauquen, cuyo busto se exhibe al ingreso del Centro Cívico y da nombre al acceso principal de la ciudad.

Alineó en sus críticas en torno al Matadero Frigorífico Regional del Oeste, al Banco Edificador, a la aseguradora La Primera, a la Compañía de Electricidad, y al Sanatorio y Maternidad, la actual Clínica, cuyos directorios, en todos los casos, eran presididos por el médico, al que lo acusa de ser el líder de un “grupo oligárquico” que manejaba a su antojo a la comunidad.

La mayor parte del texto está referido al frigorífico, del que denuncia sus precios abusivos, los bajos salarios, las penosas condiciones de trabajo e higiene en las que se desenvolvía el personal, la violación de la jornada laboral, extendida a 12 horas, el traslado de la carne a las carnicerías sin las más elementales reglas de salubridad, entre otras irregularidades, según su corrosiva mirada.

También le imputa el despido de empleados de La Primera por la negativa a conectarse a la red de energía de la “Compañía de Electricidad de Trenque Lauquen S.A”, que vincula al mismo grupo económico, y que competía en la distribución eléctrica de la ciudad con la “Compañía del Sud Argentino”, de capitales foráneos.

Por último, Villaro se queja de que como respuesta a sus reiteradas denuncias y críticas todas las empresas a las que sus furibundas notas castigaban duramente dejaron de publicitar en su periódico para debilitarlo económicamente o para disciplinarlo. Ni lo uno, ni lo otro. Villaro nunca abandonó su prédica acusatoria convencido que era su deber periodístico.

Bartolo, un radical mordaz
Quienes lo conocieron comentaban que era más radical que Hipólito Yrigoyen, una comparación para resaltar la fortaleza de su adhesión a la corriente política fundada por Leandro N.Alem. Se llamó Bartolomé González, aunque en el trato cotidiano perdió una sílaba de su nombre para ser conocido como Bartolo.

Esas ideas lo llevaron a fundar un bisemanario – salía miércoles y domingo – que denominó “Tribuna Radical”, como para que no quedaran dudas acerca de su pertenencia política. Su pluma punzante, a veces en un lenguaje de barricada, se clavaba como un aguijón en algunos sectores de la comunidad, a los que le solía marcar algunos desvíos o bien embarcarse en sus clásicos duelos con el peronismo.

Esto le valió no pocos dolores de cabeza como la noche en la que ingresaron sigilosamente a su imprenta que inicialmente se hallaba ubicada en la esquina de Quintana y Gobernador Irigoyen (luego en Urquiza, a media cuadra de Plaza Italia) y le empastaron todas las letras.

Entonces, los diarios armaban su impresión con piezas individuales de metal. Un viejo peronista solía contar aquel episodio con un risueño “y…eran traviesos los muchachos”.

También el calabozo lo alojó en otra ocasión, pero nada lo hizo retroceder, más bien que lo incentivaban a persistir con su escritura altisonante. La palabra suele ser a veces más filosa que una espada, la misma que vertía en la sección más temida de su periódico que denominó “Municiones al vuelo”, capaz de quitarle el sueño a tantos que sospechaban verse involucrados.

En ella osó llamar “el gran titiritero” al sacerdote Emilio Ogñenovich, entonces cura párroco de Trenque Lauquen y posteriormente Obispo de la Diócesis de Luján, aludiendo a su manifiesta influencia en la política local en épocas del último proceso militar, sin importarle que de ese modo desafiaba el enorme poder que el clérigo ya había acumulado por sus aceitados vínculos con las más elevadas jerarquías políticas y castrenses del país.

En su homenaje, hoy una calle de la ciudad, que nace frente al Parque Municipal, a pasos del club Atlético, donde latían sus simpatías, lleva su nombre.

Ana, la combatiente
Ana Guzzetti se definía como “peronista de izquierda” y lucía todas las cicatrices del periodista combatiente cuando apareció por Trenque Lauquen, ya en el ocaso de su vida. Aunque no tenía una edad avanzada, si las secuelas de una existencia desordenada que habían impactado negativamente en su salud.

Se instaló junto a Roberto, su última pareja, y Santiago, su pequeño hijo adoptivo en una casa de la calle Dorrego, justo frente a la actual guardia del Hospital Orellana, y más tarde en otra de Chaumeil al 700.

Su llegada fue todo un misterio, más aún cuando se supo que venía como corresponsal de la agencia oficial de noticias Télam. Qué datos relevantes de interés nacional podía aportar la ciudad?, teniendo en cuenta además que su perfil no era precisamente el sosegado, sino todo lo contrario, el de estar siempre del lado de la audacia, y hasta de la temeridad en el ejercicio periodístico.

Quizá buscaron protegerla y darle tranquilidad a su ajetreada vida?. Vaya a saber. Ella nunca lo aclaró, sólo repetía que su arribo había sido por gestión “del flaco Bauzá”, en obvia alusión a Eduardo Bauzá, que se desempeñaba entonces como Jefe de Gabinete del presidente Carlos Menem.

Su nombre había saltado a los primeros planos en el verano del ’74, cuando las descontroladas hordas de la Triple A, asesinaban, colocaban bombas, secuestraban y hacían desaparecer a militantes de izquierda. En el marco de una conferencia de prensa, Ana, como periodista del diario “El Mundo”, en manos del ERP, molestó al General Perón, a la sazón Presidente de la Nación, al preguntarle qué medidas iba a tomar ante esa situación que atribuyó al accionar de grupos parapoliciales. Perón se fastidió, y hasta ordenó iniciarle una querella para que probara sus dichos.

Días después el diario fue clausurado y ella y otros periodistas detenidos. No era su primera pérdida de libertad, ya contabilizaba otras cuatro veces presa y torturada, además de incontables amenazas e intimidaciones. En la posterior dictadura militar fue secuestrada, y al cabo de un mes apareció milagrosamente al costado de la Panamericana en deplorable estado. Se descuenta que la salvó su tío, el vicealmirante César Guzzetti, canciller del general Videla, durante ese oscuro período de la vida nacional.

Se alejó de Buenos Aires poniendo distancia a tantas tribulaciones para radicarse en el bucólico Río Ceballos. Poco duró su tranquilidad, estaba hecha para la pelea, y cuando se produce el homicidio – aún impune – del senador radical cordobés Regino Maders, que se oponía a la privatización de la empresa de energía provincial, realiza una minuciosa investigación donde concluye que se trató de un asesinato político, y lo desarrolla en el libro “Maders, el crimen de Córdoba”, que nuevamente, la obliga a buscar otros horizontes, advertida de los peores presagios.

Y así llega a Trenque Lauquen. La ganará la calma, dejando un pasado hostil, en el que puso en riesgo vida y familia. Participa de las marchas por el asesinato del fotógrafo José Luis Cabezas y de algunas conferencias de prensa, sobre todo, las convocadas por el entonces jefe comunal Jorge Barracchia. Se supone que sus informes posteriores poco interesaban en Télam.

Mientras tanto el cigarrillo y otros excesos empeoraban su salud, que la convirtieron en víctima de una caducidad inevitable, hasta que la muerte la alcanzó el 26 de mayo de 2012 a los 68 años. Sus restos descansan hoy en el Cementerio Parque. En el prólogo de su libro recapituló breve y tajante el itinerario de sus luchas: “Tengo miedo, como cualquier mortal, pero no voy a callarme”.